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¿Por qué subir esa montaña? ¿Por qué te aventuras?

  • Camila Abumohor
  • 7 mar 2017
  • 4 Min. de lectura

Muchas veces me he hecho esta pregunta cuando estoy vegetando en mi cama, en alguna superficie lisa y sobre todo, cuando estoy sin aliento lejos de llegar a una cumbre o lograr un objetivo. También es una pregunta que me realizan con frecuencia mis amistades que no hacen deporte de manera regular. Cosas como… “¿Cómo te da el cuerpo?” (saliendo a entrenar después de estar todo el día en el trabajo) en tono medio burlón o algo más agresivas como “¡Estás loca!” (la verdad es que sí estoy loca, loca por mis pasiones y lo que me mueve).

Foto: miles de grietas en el glaciar del volcán Mocho.

Son respuestas frecuentes que uno recibe cuando cuenta con emoción sus aventuras o cualquier cosa que salga de lo cotidiano, en realidad; creo que por esto es que al final sólo entre los amigos de montaña se comparten las historias.

Prejuicios

La gente suele apuntar tan fácilmente a lo que desconoce, tanto así que apenas puede empatizar con lo que le estás contando. Sin embargo, esas mismas personas se impresionan con historias básicas Hollywoodenses y comentan la película con fanatismo… pero cuando están frente a una persona real que le cuenta una aventura fantástica, critican y hablan mal.

En fin, ¿por qué subimos esa montaña? Muchos dicen clásicamente “Porque está ahí” y es toda la verdad. ¿Qué nos detiene a subir esa montaña? Hay tanto que explorar en esta vida… nacimos con dos piernas fuertes, dos manos, razón y sentidos maravillosos que hay que explotar al máximo HOY. Como dicen por ahí, el mañana es incierto y nunca sabemos qué puede pasar; al menos en este deporte donde se necesita de integridad física, entre más esperas muchas veces el cuerpo se degrada y en el futuro ya no será lo mismo, ni sabemos si lo podemos asegurar.

Lo que siento

Me pasa, creo que casi siempre, estar iniciando una nueva aventura; el objetivo se ve tan lejano, muchas veces con hartos metros de desnivel. Empiezo a caminar, el corazón empieza a funcionar, el cuerpo a reaccionar y trabajar; y ahí viene la pregunta “¿por qué estoy haciendo esto?”.

Es ahí cuando paro, veo a mi alrededor, tomo una gran bocanada de aire y exhalo lentamente para dar un giro lento en 360º. No hay absolutamente nada que pueda compararse con la increíble sensación de libertad que te dan las montañas. Ni siquiera se puede describir la inmensa sensación de soledad, endorfina recorriendo tu cuerpo, la felicidad creciente… pensar en lo ínfimo y nada que somos en este planeta al estar en un lugar que no fue creado por el ser humano.

Pensar que todo esto nació por una seguidilla de casualidades, que tras miles de terremotos, millones de años de evolución para llegar a esto. ¿Y qué mejor vista de toda esa creación casual que estando en la cumbre de un cerro? Siempre pienso “Cómo hay gente que prefiere estar viendo la tele a salir a explorar el gran patio que tiene tan cerca de su sillón…”.

Después de tomar ese respiro no hay por dónde perderse; el hoy es aquí y ahora, y sé que una vez en la cumbre el sudor, algunas veces el miedo y el posible dolor de piernas se va a recompensar totalmente con la hermosa vista que hay ahí. Sin embargo, esa es tan solo una opinión sobre el tema.

El gran desafío personal

Hay también un componente muy importante de auto-superación. Para muchos, el lograr llegar a una cumbre, sea cual sea su exigencia física o técnica, tiene un componente profundo de trasfondo. Creo que lo mejor de todo eso, es cuando uno ya terminó el recorrido, llega a la base o punto de partida, mira para arriba y dice “Yo estuve ahí arriba, ¡pucha que estaba lejos!” , y así se traslapa a muchas situaciones de la vida.

Uno tiene un problema o situación equis, trabaja con todas las ganas para superarla, la superas y miras para atrás con una gran sonrisa en la cara; lo lograste. Muchos se rinden antes de llegar a la cumbre porque creen que no podrán hacerlo, pero si visualizamos bien lo que queremos en la vida; es nuestra pura cabeza quien nos impide a lograr lo que queremos y hay que trabajarla.

Si pudiste con la taquicardia, el dolor de piernas, espalda, los miles de pensamientos negativos que tuviste antes de llegar a la cumbre y sin embargo lo lograste; no habrá nadie que te pueda parar (sobre todo porque muchas veces somos nuestros peores enemigos).

Creo que es así con muchas cumbres, objetivos de vida… y si no llegaste a tu objetivo; la montaña no se va a mover, estará ahí esperándote por un largo tiempo. ¡Pero cuidado! Ella te espera y te llama, una vez que escuches su voz no podrás volver a ignorarla; te llamará cada vez que la mires invitándote a recorrer sus filos, acarreos, grietas y cumbres.

Podemos decir que su llamado es adictivo, una vez que entiendas tu “por qué subir esa montaña” no podrás ignorarla y de repente te encontrarás nuevamente subiendo hacia esa cumbre, haciéndote las mismas preguntas, descubriéndote y desarrollando tu ser.

¿Y tú que sientes cuando ves una montaña? Deja tu comentario acá abajo para hacer una discusión y comparte con tus amigos que piensas que sienten lo mismo.

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